domingo, 24 de noviembre de 2013

De Vuelta

En Julio de este año, sin buscarlo,  se me vino a la cabeza, como tantas veces,  el recuerdo de mi padre, a quién hace tiempo la vida decidió cambiarle de estado, para pasar del físico al inmaterial. No por ello su esencia ha dejado de flotar en una dimensión para nosotros desconocida.
Y en un momento de recuerdos imborrables, una cosa llevó a la otra y de repente estaba recordando parte de mi niñez. Una etapa que a pesar del tiempo aún guardo nítidamente en mi mente. Quizá una de las épocas más felices que podemos recordar cuando miramos atrás. Al pensar en mi padre, lógicamente mi ser se trasladó a los recuerdos que guardaba de él. Y entre ellos estaban los veranos en su pueblo. Sí, que mi padre era de pueblo y estaba orgulloso de ello.

Cerca de Puerto Hurraco, mejor dicho al lado, Monterrubio de la Serena permanece en mí como el lugar en el que los veranos calurosos de la década de los 60 hacíamos la transición de la etapa escolar.
Allí nos llevaba mi padre, en el tren hasta la estación de Almorchón, en medio del campo a las cuatro de la madrugada. Por suerte, y seguramente porque lo tenía planeado, siempre aparecía un señor con un coche que iba a recogernos a esas horas intempestivas.
Al final del viaje, que a mí se me hacía largo, acabábamos en su pueblo, en casa de la abuela Luciana o en la de mi tío Jesús.
Recuerdo las calles antiguas, la era y los corrales y el comercio de mi tío, en el que jugábamos con cualquier cosa, ya que para divertirnos no hacía falta mucho. Tan sólo imaginar.

Y como quien no quiere la cosa, este mismo mes de Julio decidí ir a recordar el pueblo al que tantos años hacía que no viajaba. Ni corto ni perezoso me planté allí el fin de semana.
Claro está que lo primero que hice el viernes por la noche al llegar al hotel fue preguntar al encargado si conocía a mi tío. Efectivamente, como no podía ser de otra manera, le conoce todo el mundo. Nació allí, allí se crió y allí permanece a sus ochenta siete años actuales, viendo pasar la vida y echando su partida diaria con los de su edad.
Pasé un fin de semana maravilloso, sin entender aún por qué mi padre y él dejaron de hablarse hace tantos años. No me importa, ni tengo mucho interés en saberlo. Pienso que son cosas entre ellos, que seguramente vistas desde la perspectiva actual no tendrían ninguna importancia. Lo peor de aquella ruptura es que duró eternamente y mi padre no encontró en vida la reconciliación que yo buscaba entre ambos.
Eso pasó y como tal hay que asumirlo. Durante muchos años he sabido que tenía un tío y una tía a los que nunca veía. Y dos primos de edad parecida a los que apenas recordaba.
En este viaje recuperé el contacto con mi tío, y unos meses después he re-encontrado a uno de mis primos, gracias al esfuerzo de ambos en querer contactar y recuperar lo que nunca debimos perder.  Hoy domingo, la vida me ha dado el placer de pasar unas horas con  Paco, al que no veía desde la infancia.
El encuentro ha sido breve pero intenso. Contándonos todo lo que se venía a la mente y cómo nos iba la vida a cada uno. Tan a gusto me encontraba que he quedado en que este mismo fin de semana volveré a escaparme, si Dios quiere, y nos veremos de nuevo en el pueblo, con sus padres. Como debía haber sido hace mucho tiempo. Será un auténtico placer juntarnos. 
En la vida, y a base de golpes, aprendes lo que no se debe hacer. Y una de las cosas que yo he aprendido es que nada debe alejarnos de los nuestros. Por ello y de cara al futuro, dejo aquí un fuerte abrazo para mis Tíos y primos. Las experiencias vividas son lecciones para el resto del camino.