Cuando éramos pequeños siempre oíamos que nuestros padres, ante nuestros ímpetus por ser o mejor dicho, parecer mayores de nuestra de edad nos decían: tranquilo niño, todo llegará. Cada cosa a su tiempo.
Esto podía ir dirigido a nuestro deseo salir de casa hasta más allá de las 10 o cualquier otra cosa que se nos ocurra. Aprender a conducir sin tener edad para legalizar la situación, etc...
Pues con el avance de los años, nos damos cuenta que esa frase tan socorrida para nuestros progenitores, se sigue manteniendo viva en nuestro devenir diario.Sigue teniendo la misma validez o más que entonces, ya que ahora entendemos mucho mejor su escondido significado, algo que antaño no éramos capaces de adivinar.
Todos nosotros tenemos expectativas en casi cualquier aspecto de la vida, aunque no queramos reconocerlo. Nos pueden las prisas de llegar a conseguir algo, material o espiritual, pero que consideramos vital para nuestra supervivencia cotidiana.
Todos hemos deseado alcanzar logros que en el momento no se han materializado, pero que más adelante en nuestro camino, vemos que se consiguen sin hacer ni dedicarle ningún sobre-esfuerzo añadido.
Cada día estoy más convencido, y así lo he recogido en artículos anteriores que las casualidades no existen y que la mayoría de los hechos que suceden en nuestra vida o a nuestro alrededor, son producto de circunstancias que por desconocidas en ese momento, achacamos a la suerte o al puro azar.
El hombre actual, moderno y tecnificado hasta la saciedad siempre tiene prisas. Prisas por conseguir un mejor trabajo que le aumente el salario. Prisas por disfrutar de un coche como el del vecino, por el que siente envidia a cada momento. Sí, tenemos prisa por todo y para todo.
Yo también he tenido prisa en los últimos años, sobre todo en la faceta de las amistades. Esas que un día, por motivos que no voy a explicar ahora, se alejan de repente de tu vida y cuya compañía dejas de sentir y disfrutar durante temporadas enteras.
En estas últimas semanas, poco a poco y despacito he vuelto a re-encontrarme con la gente a la que, sin lazos de sangre, considero mi segunda familia. Y en algunos casos, la primera. Porque hay seres que para cada uno significan algo especial, muy especial y que conectan de una manera muy íntima con nuestro yo.
Ahora comprendo que el tiempo que hemos estado alejados, realmente sin querer por parte de ninguno, era necesario para encontrarnos de nuevo. Soy consciente de que en esta vida las cosas nos suceden cuando tienen que suceder y que todo, al igual que la fruta en el árbol, necesita su tiempo para madurar. Nada sucede antes de lo previsto ni después. Todo ocurre en su justo momento y hay que tener paciencia para no caer en desesperaciones inútiles. Sólo debemos echar un vistazo a hechos significativos que nos hayan acontecido para darnos cuenta de semejante afirmación.
¿Qué hubiera pasado si lo que nos sucede ahora nos hubiera ocurrido un tiempo atrás? ¿Se habría desarrollado nuestro presente de la misma manera? Es para pensarlo.....
Por eso hay que aprender a tomarse las cosas de una manera más relajada y optimista, desde una perspectiva externa a lo que sucede dentro de nuestro círculo. Como dice el título de esta entrada, tiempo al tiempo.... que todo llega en su justo momento aunque no lo queramos.
Bienvenidos de nuevo a mi existencia y si en un futuro vuelve a suceder algo parecido intentaré demostrar que he aprendido la lección.
Y hablando del "tiempo", recomiendo un libro interesante que trata precisamente de eso: de las anomalías que se producen en muchos casos y que sorprenden a todos, pero sobre todo a quienes les suceden..... "Viajes en el Tiempo", de Vicente Fuentes.