Eran los años finales de la década de los setenta y los primeros de los ochenta cuando una pareja de amantes del teatro consiguieron introducir el gusanillo de tan noble arte en los corazones de un grupo de jóvenes ansiosos por sacar a la luz sus cualidades y talentos y servir de método de expresión de los sentimientos que llevaban dentro.
Un manojo de alumnos del Instituto Eijo y Garay nos agrupabámos en torno a Antonio y Maria Luisa para dejar que ellos, padres de alumnos también, consiguieran ilusionarnos en los horarios extra lectivos.
Y poco a poco, con dedicación y esmero, como padres nuestros que eran también, hicieron posible la creación de un grupo teatral quejó huella dentro y fuera del propio instituto.
Su amor por el teatro les venía de su juventud, en la que ya habían hecho sus tareas en diferentes grupos.
Y así, casi sin quererlo, como un juego para pasar los ratos, nació el grupo Bambalina. Para demostrar a todos que los alumnos éramos capaces de algo más que aprobar o suspender literatura o matemáticas.
Es cierto que entre nosotros había de todo, buenos estudiantes y menos aplicados, pero compartíamos la ilusión de hacer teatro. Ese grupo se caracterizó por la puesta en escena de obras de autores españoles en su mayoría. Ahí estaban presentes las obras de López Rubio, Mihura, Jardiel Poncela, Casona y demás dramaturgos.
De todos ellos, el que más recuerdo, quizá por los mensajes y moralejas de sus obras, es mi amigo Alejandro Rodríguez Álvarez, más conocido por Alejandro Casona, profesor de literatura y escritor de la generación del 27.
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Este verano tuve la ocasión de visitar su aldea y comprobar cómo le tienen hasta cierto punto olvidado. De su casa natal no queda más que un trozo de la fachada, y como historia, sólo hay un pequeño centro de interpretación que lleva su nombre pero que tan sólo abre 1 día a la semana. Desde luego llegar hasta allí no es muy fácil que se diga, ya que está perdido en las montañas, pero la decepción de no acertar con el día de visitas es fácil de comprender.
Las obras de Alejandro fueron representadas por Bambalina en bastantes ocasiones, tanto dentro del Instituto como fuera. Y ahí estábamos todos, cada uno en su puesto, haciendo realidad los ambientes en los que cada pieza se desarrollaba. Indudablemente los mayores éxitos eran para los que salían a interpretar los delicados papeles de cada obra, pero detrás de ellos, y para que todo fuera posible, estaba un grupo de amigos que contribuían a que todo saliera como debía.
Movíamos paneles, enganchábamos cables y luces, colocábamos el mobiliario y hacíamos de cada representación una sesión inolvidable.
Pero si todo ello se hizo realidad fue gracias al entusiasmo, dedicación y entrega de Antonio y María Luisa. Todo mi agradecimiento y cariño a ellos desde aquí y hasta el cielo.