No recuerdo el instante cuando llegué aquí por última vez. Ni siquiera el propósito con el que encarné. Con el paso del tiempo terrenal, ese que en la eternidad no cuenta porque ni siquiera existe, voy intentando, no sin pocos esfuerzos y reveses forjar hacer mi trayectoria de la manera más honesta que conozco y el corazón me dicta. Pero está claro que eso no es fácil. No es nada fácil en un mundo de luchas, peleas, mentiras y egoísmos. Sobrevivir a todos los elementos que bombardean tu día a día es tarea de héroes. La paz interior del espíritu se puede y se ve alterada a cada minuto del día por innumerables circunstancias, unas con mayor importancia, otras con menos, pero que te rodean y te atrapan en una red de la que es difícil desprenderse. La tela de araña se extiende por doquier y te mantiene pegado a ella en cuanto dejas de prestar la atención debida.
Por donde vas hay miseria, mentira, contradicción, envidia, acoso y soberbia.
Sobre todo soberbia ya que quien más y quien menos nos sentimos el ombligo del mundo. Y nos creemos pequeños dioses a los que hay que obedecer a ciegas sin preguntarse el por qué de nada. Y nos falta mucho de generosidad, altruismo, sinceridad, amistad, buenos deseos... En fin, nos falta consciencia. Consciencia de lo que somos, no de lo que materialmente aparentamos. Falta reconocer en nosotros mismos, de piel para adentro, que somos seres libres, encarnados en una peculiar forma que llamamos "humana" pero que si siquiera sabemos qué significa.
Hacemos daño por hacer. Nos mofamos de todo, sin pensar en el sentido de nuestra existencia. Todo lo llevamos al contexto materialista sin darnos cuenta de que todo eso acabará y se quedará aquí. Y cuando llegue ese momento, que es lo único que tenemos seguro que ocurrirá, todos nuestros bienes, posesiones, lujos y derroches. Hace muchos años, y seguro que no por casualidad, cayó en mis manos un libro que directa o indirectamente ha sido una guía en mi camino. Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach me transformó cuando era un adolescente en pleno cambio. Y ahora, a estas alturas de la existencia aún sigue siendo mi referencia. Comparto, y reconozco en mí muchas de las inquietudes de esa gaviota rebelde. La que no se conforma con lo establecido y se esfuerza en cada intento en superarse a sí misma. La que desprecia el conformismo de la bandada para adentrarse en nuevos retos que le hagan progresar como ser vivo. La que no da la espalda al futuro al tiempo que anima a los que se quedan parados. Y desde luego, el camino elegido no es un manto de algodón sobre el que deslizarse. El afán de libertad, de ser uno mismo, tiene un precio y has de pagarlo. Te encuentras con todo tipo de tropiezos, piedras en el camino y puertas cerradas que has de abrir a base de ingenio y perseverancia. Todo ello hace que el día a día en nuestra sociedad sea una carrera de obstáculos que nunca acabas de superar. Sin embargo, el vuelo de la gaviota es inmenso, como el horizonte al que se dirige. En el transcurso del viaje ha de afrontar multitud de vicisitudes, incomprensiones, críticas, etc... Pero su fuerza de voluntad, su ansia de llegar más allá la anima y la impulsa a batir las alas con más fuerza.
Contra viento y tormenta, aunque a veces se estrelle contra un mar picado. Esa fuerza que en determinados momentos sale de lo más hondo de nuestro interior, como una voz que nos guía y nos protege de los efectos malvados. La voz que nace de la consciencia, del alma que en realidad somos y seremos por toda la eternidad. En sueños me convierto en esa gaviota que vuela libre y sin barreras que la impidan alzar el vuelo un poco más cada día. Surcando amaneceres y atardeceres. Vuelo de día y de noche. Disfrutando de cada momento sin pensar. Y agradezco a "quien sea" poder vivir esta experiencia, que con sus reveses y bondades me permite avanzar en mi camino. Jonathan Livingston Seagull sigue estando en mí con la intención de perfeccionar el vuelo eterno. "Y Neil Diamond compuso la mágica música" por supuesto.