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De esta situación que estamos pasando ya se ha escrito y hablado demasiado. Y también ha llegado demasiado lejos para lo que imaginábamos cualquiera de nosotros.
Por eso ahora solo pretendo ver el final, ese final prometido que no será como antes. Ya han abierto parte de los comercios, pero con fuertes restricciones de acceso. Es curioso como esta misma mañana, para entrar en una gran ferretería había que hacer cola en la calle esperando detrás de más de diez mascarillas pegadas otras tantas cabezas. Y es que todo esto nos está cambiando más de lo que suponíamos. Hasta lo más sencillo y cotidiano se verá afectado en mayor o menor grado.
El discurrir libremente por la calle, el entrar a la barra de un bar con un amigo y hablarnos a distancia, ir a un evento deportivo, entrar en una tienda, etc.. todo será distinto. Porque incluso cuando el bicho ya no esté entre nosotros, o al menos a primera vista lo parezca, el miedo al contagio ya ha hecho mella en cada uno de nosotros. Y la obsesión desmesurada también. Hay que ver qué poquito se necesita para tener a la población controlada y qué fácil lo hacemos.
Sin embargo, esta explosión virulenta nos ha enseñado varias cosas a todos. Que no hemos sido diligentes en la adopción de medidas tendentes a atajar el problema que se nos advertía meses antes. Que cuando se ven venir las cosas hay que ponerse manos a la obra para minimizar el impacto de la tragedia y olvidarse de otro tipo de actuaciones que lo único que han conseguido es complicar más las cosas.
Y es que en este país somos muy quijotes y pensamos que con discursos y palabrería se soluciona todo. Pero luego la realidad es tozuda como ella sola. Esa realidad que hace que más de treinta mil seres mal contados ya no estén entre nosotros. Bien es cierto que a lo mejor todo obedece a una ley natural que desconocemos y que los que han ido se tenían que ir de cualquier forma y que el virus solo ha adelantado en cierta forma su partida.
Ya se nos va advirtiendo que después del otoño probablemente haya un repunte y volvamos a las andadas. Será entonces cuando podremos comprobar si hemos aprendido la lección. Mucho me temo que este país no escarmienta ni en cabeza propia.
Parce como si todo hubiera sido diseñado por alguna inteligencia extraña empeñada en hundir nuestra economía y por tanto a todos nosotros convirtiéndonos en un territorio de subsidiados con el mínimo poder adquisitivo. Y así no puede funcionar nada, ¡válgame Dios! En vez de cerrar empresas y poner trabas a las existentes para que desarrollen con prosperidad su actividad deberíamos invertir en generar empleo para todos. Que del turismo y el folclore sólo no se mantiene un país. Que deberíamos construir un futuro sostenible sin tanta dependencia exterior.
Detrás de nosotros vienen generaciones muy preparadas en términos generales y con una perspectiva laboral más negra que un crespón y no se lo estamos poniendo fácil para que se abran camino. El supuesto estado de bienestar que tanto ha costado alcanzar está peligrando a pasos agigantados.
Por ello y como siempre digo, pongamos la inteligencia a trabajar y aprovechemos la oportunidad que se nos da y dejemos de mirar nuestros intereses personales en aras del bien común.
Ah, y un repaso a las matemáticas más básicas tampoco nos vendría mal: uno y uno igual a dos, y así sucesivamente... Con lo fácil que es, santo cielo....