En esta época moderna, en la que se supone que hay libre mercado y cada uno puede acceder a los productos que más les gusten sean de donde sean, esta frase no se cumple completamente.
Probablemente habrá más ejemplos que el que voy a citar en este artículo, pero con uno como botón de muestra vale para darse cuenta que el interés de algunos empresarios está por encima del derecho de los clientes, independientemente del precio a pagar.
Si uno va a comprar a una gran superficie, cosa más habitual en estos tiempos ya que el pequeño comercio casi hay que buscarlo con lupa por culpa de la tan manida globalización, lo más normal es que encuentre el mismo producto comercializado por diferentes industrias (marcas) de forma que pueda elegir el que más le guste, bien por su contenido, presentación, envase, gusto o precio. Así, si uno quiere consumir una determinada marca, paga de acuerdo a la calidad elegida (excepto las marcas blancas que cada vez tienen más auge). Está claro que hoy día nadie ofrece solomillo a precio de falda de ternera. Así las cosas, podemos elegir los productos que más se adapten a nuestras preferencias, ya que si no lo encuentras en un súper lo encuentras en otro (grandes superficies no faltan en absoluto). A esto le añades la publicidad con las ofertas de la semana y todo redondo.
Lo mismo pasa cuando uno se plantea comer en un restaurante (por supuesto fuera del menú del día, que es el que el dueño ha decidido poner sin consultar a nadie...). Te sirven lo que pides dentro de la oferta de platos, y eliges lo que más te apetezca al precio marcado. Con la bebida pasa lo mismo, uno tiene la posibilidad de acompañar las viandas con un determinado vino, agua, etc...
Normalmente suelen tener una variedad suficiente como para que alguna marca o denominación se adapte a nuestro gusto y bolsillo.
Sin embargo, esta circunstancia, y por tanto la capacidad de elección del cliente se ve notablemente disminuida cuando uno entra a tomar una cerveza en un local, o se siente al calorazo de las terrazas sombreadas artificialmente con las lonas de la marca de turno. Es ahí, cuando pides una cerveza bien de barril o embotellada y tienes que tragar con la marca que al dueño del bar más le interesa porque se la sirven más barata y además le regalan las sillas y las sombrillas. Aquí la libertad de elección
( que no de pago) del cliente se ve sensiblemente mermada. Lo normal es que te den a elegir entre dos o tres marcas (en algunos casos más, dependiendo de la categoría del local). Habitualmente, y cada vez lo experimento más a menudo, si no preguntas al camarero, lo normal es que acabes tomando la cerveza que menos te gusta y pagando como si fuera la mejor. Últimamente he decidido preguntar qué marca de cerveza tienen antes de sentarme en ninguna terraza o antes de pedir en la barra. Una vez que he recibido la relación de marcas disponibles y si alguna se adapta amis gustos entonces me quedo. En caso contrario, directamente me largo y punto.
Hasta hace un tiempo no solía adoptar esta actitud un tanto radical, pero tengo muy claro que no voy a pagar ni a tomar nada que realmente no me apetece o no me guste.
Es como si al entrar a una tienda de ropa tuvieras que comprar la prenda que el dependiente quiera y no la que te siente mejor o te guste más. Me parece muy bien que cada empresario elijan comercializar los productos que más margen de beneficios le dejen, pero también los clientes, que somos los que pagamos, tenemos derecho a entrar o no en un local en función de los productos que nos ofrezcan. Y no pasa nada si una vez sentados en una terraza, preguntamos que marca de bebida tienen y no nos convence ninguna. Se levanta uno y se va y aquí paz y después gloria.. Que ya debemos ser mayorcitos como para dejarnos tomar el pelo y bares no faltan en esta piel de toro.........
salvo los que van cerrando por querer ganar mucho con poco o ningún esfuerzo.
En otra ocasión hablaré de las tapas y aperitivos.........