sábado, 25 de marzo de 2017

¿Alguien ha visto mi brújula?

Hace tiempo que lo vengo observando y me he tomado mi tiempo para escribirlo. Hace tiempo que me siento fuera de este mundo, y más concretamente de este país, si así puede llamarse al territorio en el que nací con ilusión hace tiempo y al que he visto transformarse poco a poco. Hasta hace unos años, en los que la transformación ha pasado de ser en una dirección hacia adelante para darse la vuelta como una atracción de feria y poner todo patas abajo.

Y digo bien, patas abajo porque no reconozco éste país como mío. O a lo mejor es que yo he evoluciono más despacio y me he quedado muy atrás, que será lo más probable.
Y es que hace años, por ejemplo una persona cometía un delito y nada más ser descubierto por la autoridad competente, que para eso estaba, era juzgado y se le imponía la correspondiente pena, bien monetaria bien de entrar en la trena.
Pero claro, el mundo evoluciona y lo que antes me parecía lógico y de acuerdo al más mínimo sentido común, ahora ya no lo es. Ahora lo que se lleva es delinquir tranquilamente y sin horizonte judicial a la vista, ya que la justicia cada vez es más lenta e ilógica. Según seas persona de alta cuna o un miserable mortal de a pie, así serás tratado por la moderna sociedad de consumo. Si eres un despilfarrador nato del erario público no pasa nada, ya que se trata de tenerte contento y por ello no pagarás pena alguna. Es más, ni siquiera dimitirás de tu cargo ya que eso estaría mal visto. Pues hasta ahí podíamos llegar, por Dios….

Antes, los padres, eran padres y no se les llamaba progenitores con letra. Y además en la familia había un padre, una madre y los hijos… Y en bastantes casos, la abuela, que para alguno de los cónyuges siempre era la dichosa suegra…. Pero todo esto entraba dentro lo conocido como normalidad y todos lo asumíamos sin rechistar. Porque antes, los padres tenían autoridad, cosa que han perdido con el paso del tiempo. Ahora, ni son padres, sino progenitores alfabéticos, ni tienen mando en plaza sobre sus descendientes o adoptados. Qué es eso de que un padre o una madre reprendan a su hijo por hacer algo mal… No hombre , nooooo.. El niño es ahora quien tiene la sartén por el mango y más les vale a los mayores no pasarse ni un pelo con él o con ella porque automáticamente serán denunciados ante la autoridad. Pues sólo faltaba eso, coño. Que un padre intentara educar a su hijo y le quisiera aconsejar para el día de mañana era tarea diaria y simple. Sólo había que tener respeto a la edad y punto-

Pero ahora, que ha llegado la libertad de “expresión” y de tantas otras cosas, la situación se vuelve boca abajo y son los padres los que deben tener respeto a los hijos, en este caso por minoría de edad, claro y obedecerles calladitos no vaya a ser que se subleven y la líen.

Y así pasa en todos los demás órdenes de la vida; que se han dado la vuelta de 180 grados y no hay quien lo pare. Ahora todo es justo al revés. Si entras en el autobús, lo normal es correr para quitarle el sitio a ese anciano que padece de las piernas y no aguanta de pie.

Antes, los coches llevaban intermitentes, esas luces a los lados que se encendían “ahora sí, ahora no” para señalizar una maniobra de adelantamiento al resto de vehículos. Con la evolución, y aunque me consta que los fabricantes de automóviles se empeñan en hacerlos más grandes, su esfuerzo es en vano, ya que el conductor moderno, joven o madurito, ha decidido que el que conduce es él y que nadie le tiene que decir lo que tiene que hacer. Ni siquiera el código de circulación, que sólo vale para extraer las preguntas del examen para el carnet…. La conducción moderna en las grandes ciudades se ha convertido en una competición para ver quién es más imbécil y quién hace más burradas en el menor lapsus de tiempo. Y por supuesto, todo esto obedece a dos típicos complejos: el de inferioridad y el de superioridad. En el primero encajan los que no pueden cambiar de tartana pero quieren seguir siendo igual que los demás, y claro, presumen de cascajo como si tuvieran el último modelo de carreras. No quieren ser o parecer menos y hacen todo lo posible por quedar a la altura. Acelerones bruscos y frenadas repentinas como si del gran premio de algún país se tratara.
Y por el otro lado, los que tienen coches modernos de última generación con todos los avances posibles, menos el de la cabeza del conductor, que ese solo corresponde a él. Y como llevan los últimos modelos pues han de demostrarlo y enseñárselos a todos los demás conductores haciendo gala de las proezas de las que son capaces tales máquinas. Si alguien supervisa desde el aire una carretera de una gran ciudad a cualquier hora del día, comprobará cómo la serpiente de vehículos crece y se encoje por segundos, lo que es indicativo de cómo funcionamos los humanos…. A golpes de ímpetu… Ahora acelero, ahora paro en seco… Y el que venga detrás que arree…

Y así con todo. Antes el que cometía un crimen era por lo general el asesino, pero ahora no. O al menos yo no estoy seguro. Ahora lo más normal es preguntarle al autor de la fechoría si ha sido él, aun cuando las pruebas conduzcan a ello. Y si dice que no, pues habrá que preguntarle a la víctima por qué estaba en ese justo momento en ese sitio precisamente. Y si no tiene justificación, será culpable de lo que le haya pasado. Ni más ni menos.
Y cuando alguien te pregunta por un tema determinado lo lógico es contestar una estupidez que nada tiene que ver, reacción también normal dados los tiempos que corren. Por eso y por tantísimas cosas más que no caben en estas páginas, necesito que alguien me regale urgentemente una brújula que me sirva de ayuda en la orientación de mi vida diaria, ya que pienso que si la mayoría van en sentido contrario será porque el que va al revés soy yo, evidentemente… O no, claro…
    Ale, a dormir una horita menos a ver si así las neuronas se ponen en su sitio.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Las penurias de las Low Cost

Desde pequeño ya devoraba los libros de Richard Bach, padre de Juan Salvador Gaviota y piloto freelance, cuyas aventuras a bordo de un biplano me trasladaban a un mundo idílico en el que predominaban las verdes praderas de Illinois y la libertad que el vuelo proporciona a sus entusiastas.
Desde entonces siempre he esperado la primera ocasión de levantarme del suelo y ver la tierra desde otra perspectiva. Y desde la primera vez siempre he sido un fanático de tan moderno medio de transporte. De hecho más de un viajecito hemos hecho con los puntos regalo otorgados como premio a la fidelidad de buen cliente. Muchas horas de vuelo a las espaldas, pero como pasajero, claro está y muchas horas de disfrute desde las alturas. Hasta algún que otro tambaleo preocupante y algún aterrizaje cual hoja de árbol cayendo a merced del viento. Pero con todo, volar es para mí una gozada, una satisfacción más que placentera.

Hace unos años que con motivo de la competencia ferroviaria he dejado de utilizar el habitáculo alado para los desplazamientos, si bien, el ave que no levanta el vuelo aún no llega a todos los puntos del país.

Por tanto, hace unas semanas tuve que volver a sumar puntos en la tarjeta de turno y desplazarme a Santiago de Compostela. 
La aventura comenzó a primera hora de la mañana en la terminal más grande de entre las grandes. Desde los desgraciados atentados del 11-S todos los países han incrementado las medidas de seguridad en sus aeropuertos por miedo a que se repita la masacre.  Hemos pasado, ¿por nuestra seguridad? de ser clientes a ser sospechosos de terrorismo.
Y claro, toda medida de seguridad implica perjuicios para los afectados.
Ya llegar a encontrar el control de acceso cuesta un poco al tener que recorrer la mitad de las instalaciones hasta alcanzar los escáneres de turno. Pero ¿OJO!, no crea nadie que va a pasar por debajo del arco así a la ligera como si fuera de paseo.... De eso nada, monada...

El día de marras yo sólo llevaba una bolsa de mano con los papeles del trabajo y una tablet para entretenimiento. Bien,  pues pasar el escáner supuso que me descalzara y me pusiera unos plásticos resbaladizos en los pies, que vaciara casi al completo la bolsa de mano, que sacara de mis bolsillos todo objeto metálico o susceptible de pitido y lo pusiera en una bandeja, junto con el cinturón que sujetaban mis pantalones. El empleado de turno, no contento con ello, hizo que pusiera la tablet en una bandeja aparte, con lo cual al llegar al arco iba yo con 2 bandejas y la bolsa en las manos escurriéndome a punto de caer al suelo. O sea, como un cliente VIP, vamos.

Tras pasar el arco detector me afané en reconstruirme por completo y quedar como cuando entré en el aeropuerto pero muchísimo más cabreado, lógicamente.

Pasado el mal trago anterior, me esperaba el siguiente, que consistía en encontrar el panel informativo con la puerta de embarque y la hora entre todos los comercios que llenan los inútiles espacios de una terminal completamente ineficaz. Una vez había logrado averiguar en qué puerta debía situarme, me puse a hacer maratón por las instalaciones hasta alcanzarla en un tiempo record, ya que según los paneles el vuelo estaba embarcando....
Mi gozo en un pozo. Asfixiado de la carrera y del cabreo que llevaba contemplé cómo la puerta estaba vacía y nadie había empezado a subir a la aeronave. Aún hubo que esperar media horita de nada mirando al tendido y haciendo cola cada vez que se acercaba una azafata.
Llegó el momento de subir a bordo y la siguiente sorpresa se tropezó de bruces conmigo. Localicé mi asiento fácilmente, pero el problema era acceder a él debido a la estrechez entre las butacas. Evidentemente yo no soy muy grande, pero una vez que me acoplé con esfuerzo es cuando me dí cuenta que aquello no era muy normal.
La mesita plegada del asiento anterior estaba en mis narices, las piernas encogidas y los brazos embutidos para no molestar al vecino del asiento contiguo. Cuando empezó el manido discurso de la azafata es cuando me enteré que el vuelo estaba operado por nuestra compañía de bandera, pero en la versión Low Cost. O sea, las mismas aeronaves de siempre pero con un montón de asientos extras incorporados para que cupiesen más borregos y poder sacarle más partido al vuelo. Y digo bien y adrede lo de borregos porque es así como me sentí durante el trayecto. Como un cerdito en uno de esos camiones que van al matadero sin que los animalitos lo intuyan. Apretado y encogido durante una hora que debería haber sido placentera y que se convirtió en un suplicio. Loquito por desembarcar cuanto antes y volver a recomponer de nuevo y por segunda vez mi figura.

Eso sí, puntualidad suiza... Total, se añaden 20 minutos más a la duración prevista del vuelo y así es fácil presumir de haber llegado antes de la hora  y salir mejor valorado en las auditorias. Un truco más viejo que el diablo y que no palía en absoluto las penurias sufridas antes y durante el recorrido.

Una vergüenza en toda regla mal disfrazada de buen servicio.... Hay que ver cómo cambian las compañías cuando ven que el negocio deja de ser rentable por culpa de otras AVES. Y por supuesto, de Low Cost nada de nada...

Viaje con nosotros ...a mil y un lugar...decían los de la Mondragón..... Pues eso, a volar.....pero en AVE, por favor.