Han pasado apenas 48 horas desde la aparición de su cuerpo y hoy ya ha recibido sepultura. Hablo del niño Gabriel, tocayo mío y cuya muerte me ha llegado a lo más hondo. Quizá por el nombre, quizá por su juventud o la premura de una vida arrebatada sin aparente sentido. Sus padres aún no terminan de creer lo acontecido cuando ya se tienen que empezar a acostumbrar a su ausencia eterna.
Almería entera y por ende España entera llora su marcha prematura. Ese chaval que en vida estaba lleno de ilusiones y sueños por cumplir ha visto truncada su expectativa de forma inesperada por el egoísmo, y sabe Dios qué más de una persona que en principio estaba obligada a cuidar de él.
Dicen que si los celos, y no sé cuántas cosas más, la pueden haber llevado a cometer tan enorme atrocidad. No lo puedo entender, salvo que me aferre a mi creencia de todos tenemos un final incierto y que siempre nos pilla desprevenidos y por sorpresa.
Cualquier otra explicación que busquemos no tiene sentido y además es completamente inútil. De nada sirve ya averiguar las causas que han conducido a semejante crueldad. Ni para sus padres ni para nadie. Esa vida llena de vida se ha apagado de golpe y en lo que les quede a sus seres queridos en este deambular terrenal no pueden sino echarle de menos a cada momento. Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero hay heridas que no se curan aunque pasen mil años. Y esta es una de ellas. Perder a un ser querido siempre duele, vaya si duele.. Pero perder a un hijo es una puñalada en el centro del corazón de sus progenitores. Algo que será muy difícil de superar, pero que deben asumir como parte de su existencia. Y como dice alguien a quien tanto quiero, "esto también tenía que suceder..."
Estaba escrito en el libro de la vida de Gabriel, pero ni él ni nadie lo había leído.
A quien ha cometido semejante brutalidad le espera también un enorme calvario por delante. Bastante tiene con lo que le ha de venir, por lo que dejemos en paz a quien ha tenido la desgracia de ejercer el papel de asesina sin piedad.
Ni siquiera la madre de Gabriel ha soltado una palabra de mal deseo contra ella. Quizá porque sabe que eso ya no conduce a recuperar a su hijo, y que deseando el mal a alguien nunca conseguiremos hacer de esta especie algo digno de alabanzas.
Por tanto, y con todo el dolor que nos inunda y nos ahoga por dentro, lo único que podemos es pedir que no se vuelva a repetir más veces.
Que ese pececito sin madurar haya encontrado más allá la paz, ternura y tranquilidad que aquí no ha podido tener. Amén.