
Como amante del misterio, que ya he dejado palpable en otros momentos, también siempre he estado intrigado por saber si somos los únicos en este universo inmenso o hay otros seres que también habitan planetas como el nuestro.
Pues bien, desde hace dos semanas, todas mis inquietudes han cambiado por completo. Ahora todo es distinto y reconozco que estaba equivocado de cabo a rabo. Nada es lo que yo suponía. Han bastado quince vueltas al astro rey para que yo me diera cuenta de mi error fatal. Visto desde el momento actual, todo cobra un sentido completamente distinto. Y me explico.
Desde el decreto de reclusión en nuestros respectivos conventos, todos nos hemos convertido en monjes y monjas de clausura. De los que no pueden en toda su vida salir a la calle. Y aquí estamos, todos obedientes como si hubiera sido decisión nuestra y nos enorgulleciéramos de cumplir nuestra promesa.
Pero la realidad es bien distinta. No estamos así por gusto propio, sino por imposición. Eso sí, en beneficio de nuestra salud... Menos mal que siempre hay alguien que se preocupa día y noche de velar por nosotros, y que no duerme para que nosotros nos mantengamos con salud y de paso sigamos pagando impuestos. Ningún padre hace eso por sus vástagos.
Y yo, como disciplinado y obediente que soy estoy cumpliendo a rajatabla con lo mandado, y no me salgo del límite de la puerta de mi convento para nada.
Esto es lo que más me ha hecho cambiar mis prioridades en la vida. Ahora he resuelto dos grandes cuestiones que me tenían intrigado.
Y es que desde que estamos recluidos, he descubierto que el bien más preciado, además de la propia vida es una VENTANA. Un marco con transparencia que me deje ver qué hay fuera de mi habitáculo.
Ya me intriga menos saber si hay vida más allá en el espacio. Me conformo con saber si existe alguien de mi misma especie al otro lado de los cristales. Y realmente empiezo a dudarlo.. No hago más que mirar y mirar, a diferentes horas del día y como si nada. No veo a nadie. Y es una pena porque hasta hace bien poco era todo lo contrario. Había gente, como yo o parecidos que andaban por las calles a todas horas. Que llenaban las terrazas de los bares y armaban el consabido jaleo. Había voces, gritos de niños, ancianos paseando al sol de una primavera recién llegada.
Ahora el bullicio que a veces nos molestaba se ha tornado en silencio. Silencio total apenas roto por el ruido de algún vehículo. Es lo que hay y no sabemos cuánto durará. Esperemos que por nuestro bienestar sea el menor tiempo posible.
Porque el ser humano necesita sentirse vivo, y eso se percibe cuando estás rodeado otros como tú, con los que hablar, discutir, saludarse, reírse y tantas y tantas cosas. Que pase pronto este cautiverio y volvamos a sentirnos como antes.. Que nos lo merecemos...