La temática de los libros era,
digámoslo así, no muy habitual, ya que pasaba de los magníficos libros de
Richard Bach a los más intensos y misteriosos de Raymond Moody.
El espíritu libre de Richard y inolvidable
gaviota insuflaron en mí un desesperado ansia de libertad. De cierta rebeldía y
también de un sentimiento de pertenencia a un todo que va mucho más allá de
todas las religiones humanas.
El sentimiento de libertad, materializado
en la vida de un piloto errante al que le hacían falta pocas cosas para tirar
adelante en la vida y aprender las verdaderas lecciones de esta existencia. Una
vida tan sencilla y a la vez tan gratificante como la de pilotar un viejo Cesna
o una Piper de la época, sentir el gruñido de su motor y el viento generado por
su hélice frontal que hacían que ese conjunto de chapa y madera bien enlazadas
despegara del suelo y le hicieran sentir un ser ingrávido por encima de los
demás. Habiendo sido piloto de combate en la guerra, ese espíritu libre hizo
del vuelo su pasión y su modo de sustento en la vida, la cual se ganaba dando
paseos a la gente que se subía su aparato. Vuelos de media hora, una hora,
sobrevolando los campos y pueblos de Illinois, Wisconsin y demás estados.
Paseos agradables, tranquilos con el único objetivo de hacer que los que le
acompañaban sintieran la verdadera libertad de surcar los cielos sintiendo el
fresco aire en sus caras. Así se ganaba la vida, al tiempo que escribía los
libros que describían sus peripecias, no exentas de contratiempos también que
solucionaba con ingenio y a veces con resignación. El vuelo le hacía trascender
a un plano superior y comprender la verdadera naturaleza del ser humano y de
sus propósitos en esta vida.
Resultado de sus experiencias fue
el increíble Juan Salvador Gaviota, un ave desterrado por sus congéneres dado
el ansia de ir más allá de lo conocido y probar nuevas técnicas de vuelo que le
permitieran subir más alto y estable que los demás y realizar acrobacias más
arriesgadas. Un afán de conocer todas sus posibilidades y explotarlas al máximo
a fin de trascender más allá. Una vez que lo consiguió, el resto de su familia
le admiró, no sin sentir un poco de recelo y desconfianza hacia quien se había
atrevido a desafiar ciertas leyes naturales, pero que les había demostrado a
todos ellos que otra vida era posible. Que no valía con conformarse con lo
establecido y con lo que los ancestros le habían enseñado. Desafió y retó a
todos hasta que los dejó atónitos y rendidos a sus pies. Y a partir de ahí se convirtió
en un Maestro para todos ellos.
Los libros de Richard Bach y su
modo de entender la vida dejaron huella en mi espíritu para nunca salir. Es por
ello, que el mundo de la aviación siempre me ha llamado la atención, y aun
sabiendo que mis condiciones físicas no me permitirían nunca llegar a alcanzar
la condición de piloto profesional, el destino quiso que la temporada del
servicio militar se desarrollara en el ambiente aeronáutico, primero jurando
bandera al lado de los aparatos del ejército del Aire en Getafe y luego
tratando con los enfermos y algún que otro herido en el hospital del Aire.
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A estas alturas, y con el
transcurrir de los años, ambas profesiones gozan de mi admiración por su
valentía en cualquiera de sus vertientes. Y mi afición por volar cada día se
convierte más en un auténtico disfrute cada vez que subo a un aparato, casi
siempre en vuelos de corta duración, salvo cuando he cruzado el atlántico o
viajado a otros países del continente.
Todos esos recuerdos han vuelto
de repente a mi y me han transportado a aquellos tiempos de sueño adolescente. El
pasado noviembre tuve la ocasión, deseada durante muchos años, de visitar el
Museo del Aire, en el recinto colindante a la base aérea de Cuatro Vientos en
Madrid. Justo al lado de la escuela de transmisiones del ejército donde tantas
veces realicé los ejercicios de instrucción militar.
El Museo del Aire alberga
multitud de aparatos de varias épocas, que han participado en diferentes
contiendas y que muestran la evolución de las máquinas desde que el hombre comenzó
a diseñarlas. Denostadas antigüedades que en su momento fueron novedades en el
mundo de la aeronáutica. Hasta los prototipos más impensables tienen aquí su
recuerdo. Todo para el disfrute de los amantes de la aviación y sus aventuras.
Imagino a Richard Bach subido en la carlinga de alguno de ellos y de repente,
como por arte de magia, me veo surcando los cielos y viendo la tierra firme
desde una perspectiva de libertad absoluta. Y más allá, más arriba, o sabe Dios
dónde, el inmenso cielo azul con sus marañas de algodón adornando la estampa.
Increíble, intenso, eterno…
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