A escasas horas de que finalice el tradicional puente de Todos los Santos aún queda tiempo para dejar unas líneas en relación con estas fechas, lo que en ella se celebra y el significado que para nosotros tiene el final de nuestra existencia terrenal.
Desde la antigüedad más lejana, el hombre siempre ha necesitado enterrar a sus difuntos para luego poder rendirles culto, al margen de entender o no las causas y motivos que los han llevado a tal estado.
Desde que nacemos estamos abocados al mismo final. Ese del que habitualmente no solemos hablar y cuya sola mención nos da miedo y escalofrío. Cuando el hombre fue consciente de que todos tendríamos el mismo final es cuando se planteó la necesidad de disponer de lugares específicos que albergaran los restos de los no vivos para la eternidad. Cierto es que no en todas las culturas se ha actuado de igual manera ni ahora tampoco lo hacen. Y de ahí nacieron los cementerios. Lugares de paz en los que dejar guardados los componentes de lo que en su día formaron un ser vivo y que a nuestros ojos ya no volverán a compartir su existencia con nosotros. Esos lugares existen en todos y cada uno de los pueblos que habitamos e incluso en algunos que ya no tienen residentes y son un remanso de quietud, silencio y tranquilidad para quienes buscan alejarse del mundanal ruido. Pero hoy en día la sepultura en tumbas está un poco en declive. Es decir, ya no procedemos tanto al enterramiento de los cadáveres sino que hemos hecho de la cremación y esparcimiento de las cenizas una alternativa en crecimiento. Quizá por nuestra concepción del más allá, nuestras raíces culturales o simplemente porque los cementerios se quedan pequeños y sus moradas son caras. Lo cierto es que conviven ambos procedimientos y que cada uno elige para sí o los suyos la forma de deshacerse de sus huesos.
Tengo claro que el día que llegue mi despedida no me va a importar lo que hagan conmigo, ya que mi consciencia estará en otro plano inmaterial en el que no necesitaré mi antiguo traje. Al igual que estoy convencido de que ese final no depende en absoluto de nosotros. Que de alguna forma está escrito y elegido y pactado antes de nuestro alumbramiento, sin que desde ese mismo momento seamos conscientes de ello. Y es que al nacer a este mundo humano borramos de nuestra memoria todo lo que somos y sabemos, para volver a empezar de nuevo una experiencia libre de contaminaciones en todos los sentidos. Es más, ni si siquiera sabemos andar ni hablar. Nuestra consciencia lo olvida todo.
Es hora de empezar de nuevo nuestra existencia. Y aprender lo que hayamos acordado antes de venir.
Por eso, cuando el final aparente se acerca, al igual que en el nacimiento, es lógico desear que nos sintamos rodeados de la mejor compañía, la de nuestros eres más queridos y que lo podamos hacer en las mejores condiciones materiales y espirituales. Y por desgracia, no siempre es así, ni en este país ni en ninguno. Parece que cuando el estamento médico diagnostica un final a corto / medio plazo sin esperanza alguna de vuelta a la normalidad, los encargados de cuidarnos hasta el último momento nos lo hacen más difícil y si pueden, nos humillan innecesariamente en base a nuestro sistema sanitario de procedencia. Entiendo, aunque no lo comparto, que en vida haya ricos y pobres. Que unos vivan y gocen de mejores condiciones y otros tengan que estar continuamente librando batallas para alimentar el cuerpo en el que se han encarnado. Es la parte negativa de la condición humana y siempre será así.
Pero al final, en los últimos días que preceden a nuestro tránsito, todos deberíamos ser tratados igual, al menos dentro de cada país y cultura. Tener tan sólo lo que necesitamos. Atención y cuidado exquisito para ayudarnos a pasar la frontera de forma tranquila, sosegada y sin miedo.
Y me consta que ni aquí ni en ningún sitio ese trato que todos nos merecemos es el más digno que nos pueden dispensar. Hasta el último momento seguimos arrastrando el lastre de la condición social a la que hemos pertenecido, y como tal así nos tratarán hasta el desenlace. Lástima de sociedad que no entiende que nuestros desahuciados tienen los mismos derechos que los demás, como seres humanos que son. Y que si necesitan una atención especial, por cara que ésta salga, deben dársela con toda la dignidad que se merecen.
Por eso, en esta conmemoración de los difuntos pido desde mi interior que nuestra sociedad cambie y vuelva la "humanidad" a todos nosotros. Porque todos estaremos en la misma situación algún día y nos gustaría que así fuera. O mejor dicho, "recogerás lo que siembres" y "lo que no quieras para ti mismo no lo quieras tampoco para los demás."
Con mucho cariño y respeto a esas personas que ahora mismo se encuentran en situaciones parecidas y que son víctimas colaterales de la inhumana gestión de nuestros poderes públicos.
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