Muy despacio, como si no quisieran moverse, las agujas de nuestros relojes avanzan con una lentitud extrema. Y es que nuestra percepción del tiempo ha cambiado desde que nuestros hogares se convirtieron en nuestras propias cárceles. A esas a las que por negligencia de unos y protagonismo de otros nos han condenado sin fecha de absolución. Semana tras semana se nos va agrandando la condena y prolongando la liberación. Una puesta en libertad que nos devuelva al mundo real, al que para bien o para mal pertenecemos. Un mundo que con todos sus defectos nos hace ser sentir que estamos vivos y que somos parte de algo más. Este tiempo, que ya va durando más de lo imaginado en un principio está comenzando a hacer mella en nuestro cerebro y quizá también en otros órganos. Y es que estar aislados del mundo exterior, del aire y la naturaleza, de poder sentir la libertad de caminar nos está minando por dentro. Empiezan a aparecer síntomas de letargos que en los casos más graves se pueden convertir en una larga hibernación.
Y para esta lenta travesía no estábamos preparados. Al menos yo. Todo parecía quedarse en unos días tranquilos en tu refugio y ya está. En un abrir y cerrar de ojos, de vuelta a la normalidad.
Pero las cosas no pintaban bien con el discurrir de los días, y pronto nos fuimos despertando a la realidad que se nos venía encima. Nuestra pequeña ilusión se quebró a la primera semana y así vamos avanzando de sábado en sábado.
Más bien creo que es momento de pararnos a pensar un poco en lo que toda esta época nos va a dejar en todos los ámbitos. La economía va sufrir de forma drástica y muchos de los que ahora aplauden van a pasar a engordar la lista de parados sin futuro. Pero aplaudimos a rabiar, eso sí. No se trata de ser un aguafiestas, como alguien pudiera pensar. Se trata de ser más inteligente y vislumbrar lo que se nos vendrá encima cuando la mal llamada cuarentena acabe. Las empresas sin producir, la hostelería cerrada, el país a medio gas y ya veremos lo que tardamos en recuperar el ritmo habitual. Veremos si cuando todo cambie y vuelva paulatinamente a una cierta normalidad seguimos con tantas ganas de reír y aplaudir. O a lo mejor nos entra un rayo de consciencia, quién sabe...