Hoy quiero rendir un humilde homenaje a un hombre normal
y corriente que vino a este mundo a dejarse la piel por los suyos y que supo
renunciar a muchas cosas tan sólo para mantener con dignidad su persona.
Le tocó pasar la tan manida y
manoseada guerra civil española en la que unos se enfrentaban hasta con sus
propios familiares en defensa de no se sabe qué. El caso era estar en unos de
los bandos, con unos supuestos ideales que a la hora de la verdad tan sólo
buscan conseguir el poder.
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De la nada, y con tan sólo su
esfuerzo consiguió salir adelante en esta jungla de buitres que siempre es la
sociedad. Trabajó en lo que pudo, desde albañil hasta lo que hiciera falta. Por
lo que he escuchado alguna vez de su boca, también participó en la construcción
de la estación ferroviaria de Atocha, ahora sede de partida de los más modernos
trenes que este país haya visto.
Con el tiempo se fue abriendo camino adelante
y se casó para formar una familia. Una familia numerosa, de la que con todos sus
defectos puede estar orgulloso desde allá donde esté, supongo que en esa
dimensión donde se encuentran todos los que por aquí han pasado a lo largo de
la historia de la humanidad.
Este hombre, mi padre, no era
perfecto ni mucho menos. Tenía su punto de mal genio, por otro lado necesario
para no tragar con carros y carretas y mantener sus valores por encima de todo.
Obedecía siempre a lo que su conciencia le dictaba y hacía las cosas, acertada
o equivocadamente, con la mejor intención. Nos educó lo mejor que supo, aunque
a veces nosotros no entendíamos la forma de hacerlo. Era simplemente lo que
había aprendido y lo aplicaba como mejor sabía. Siempre quiso lo mejor para
todos nosotros. Bien es cierto que mi madre, su esposa hasta el final también
tuvo que soportar su carácter, pero está claro que entre los dos consiguieron
hacer de sus descendientes personas decentes, con valores morales bien
arraigados y que siguiendo sus enseñanzas
buscan en la vida consolidarse como seres humanos, cada uno con su
particular concepción de esta existencia.
Yo sé que llevo parte de su
carácter grabado a fuego y es algo de lo que no me arrepiento para nada.
Ayer hubiera cumplido 90 años si
Dios no lo hubiera llamado antes. En
otra ocasión retomaré su persona como excusa para escribir sobre tantas cosas
que recuerdo de mi vida junto a él.