viernes, 24 de enero de 2014

Pequeño recuerdo

Hoy quiero  rendir un humilde homenaje a un hombre normal y corriente que vino a este mundo a dejarse la piel por los suyos y que supo renunciar a muchas cosas tan sólo para mantener con dignidad su persona.

Le tocó pasar la tan manida y manoseada guerra civil española en la que unos se enfrentaban hasta con sus propios familiares en defensa de no se sabe qué. El caso era estar en unos de los bandos, con unos supuestos ideales que a la hora de la verdad tan sólo buscan conseguir el poder.

Este hombre, nacido en la más absoluta humildad de un pueblo de Extremadura, tuvo que emigrar a la capital, allí donde las posibilidades de labrarse un futuro eran mayores. Conseguir un trabajo, el que fuera, con tal de abandonar el labrado de tierras y cuidado de animales que era lo único que podía esperarle en su ciudad de origen.

De la nada, y con tan sólo su esfuerzo consiguió salir adelante en esta jungla de buitres que siempre es la sociedad. Trabajó en lo que pudo, desde albañil hasta lo que hiciera falta. Por lo que he escuchado alguna vez de su boca, también participó en la construcción de la estación ferroviaria de Atocha, ahora sede de partida de los más modernos trenes que este país haya visto.

 Con el tiempo se fue abriendo camino adelante y se casó para formar una familia. Una familia numerosa, de la que con todos sus defectos puede estar orgulloso desde allá donde esté, supongo que en esa dimensión donde se encuentran todos los que por aquí han pasado a lo largo de la historia de la humanidad.

Este hombre, mi padre, no era perfecto ni mucho menos. Tenía su punto de mal genio, por otro lado necesario para no tragar con carros y carretas y mantener sus valores por encima de todo. Obedecía siempre a lo que su conciencia le dictaba y hacía las cosas, acertada o equivocadamente, con la mejor intención. Nos educó lo mejor que supo, aunque a veces nosotros no entendíamos la forma de hacerlo. Era simplemente lo que había aprendido y lo aplicaba como mejor sabía. Siempre quiso lo mejor para todos nosotros. Bien es cierto que mi madre, su esposa hasta el final también tuvo que soportar su carácter, pero está claro que entre los dos consiguieron hacer de sus descendientes personas decentes, con valores morales bien arraigados y que siguiendo sus enseñanzas  buscan en la vida consolidarse como seres humanos, cada uno con su particular concepción de esta existencia.

Yo sé que llevo parte de su carácter grabado a fuego y es algo de lo que no me arrepiento para nada.


Ayer hubiera cumplido 90 años si Dios no lo hubiera llamado antes.  En otra ocasión retomaré su persona como excusa para escribir sobre tantas cosas que recuerdo de mi vida junto a él. 

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