lunes, 10 de agosto de 2020

La propia Esencia

 Durante los últimos meses he tenido la tentación  de dar carpetazo a este espacio y poner fin a la maravillosa aventura de escribir. Las situaciones vividas y las que nos quedan por delante desatan en mí un desasosiego inexplicable, una desazón que hasta ahora no había sentido. Y es que lo que nos ha sucedido nos va a cambiar para siempre. Sin embargo, hoy reconozco que no hubiera sido la mejor opción, pues enseguida hubiera buscado otro lugar en el que verter mis pensamientos, mi forma de ver la vida y mis críticas a una aparente realidad cuajada de mentiras y engaños. Y tras haber dejado que tal idea bailara libremente en el interior de mi cabeza, he comprendido que no era la decisión más oportuna, al menos ahora. Y es que cada ser humano lleva grabado en su ADN la propia esencia de su ser y existir, y a la que es incapaz de renunciar. Por eso no voy a dejar de escribir. En la imagen que acompaña este texto se puede observar que el transcurrir de esa magnitud que llamamos "tiempo" cambia nuestra apariencia física. Pero tan sólo eso. Como cualquiera de los programas informáticos de moda que a base de sofisticados algoritmos son capaces de simular nuestra hipotética imagen en un futuro. Pero ni el tiempo, ni los mejores programadores cambiarán lo que intrínsecamente somos. Y de ello me alegro enormemente.

Cuando era joven, o sea en la imagen del pelo más largo, ya estaba creciendo en mí el gusto y la pasión por determinados temas que con el discurrir de los años se ha acrecentado de manera exponencial.  Al margen de la fotografía como afición, alguien sembró en mí la semilla musical, a la que no sólo no renuncio sino que la convierto en parte de mi dieta diaria.

Y es que estos meses de claustrofobia doméstica han servido para echar una mirada al pasado y dar un repaso a los gustos musicales de la época adolescente. Y también para comprobar que pese a las nuevas tendencias y estilos, sigo siendo fan de los artistas que me marcaron en su día. Y poco a poco, buceando en la biblioteca de discos y compact discs he re-descubierto a los grandes de hace algunas décadas. Ante mí y para mi gozo han aparecido figuras como la de Gram Parsons, quien a pesar de su corta vida nos dejó memorables canciones, tanto en solitario, como a dúo, como en grupo. Fue un icono en la década de los setenta y aunque no tuvo mucho tiempo, nos dejó un legado de grandes temas que aún hoy siguen siendo objeto de versiones por los artistas del momento. El jovencito Gram fue quien dio a conocer a una de las más grandes cantantes americanas. Junto a ella grabó muchos de los éxitos que siguen formando parte de su repertorio. Emmylou Harris, a sus más de setenta años mantiene viva la llama y el espíritu de aquel joven de melena rebelde que una sobredosis se llevó demasiado pronto a otra dimensión. Me imagino qué habría sido si no hubiera muerto tan joven, si hubiera seguido cantando junto a ella en la actualidad. "Love Hurts", "Sin City", "Hickory Wind" y tantas otras podrían formar parte de una imaginaria actuación en la actualidad. Pero la vida no tiene vuelta atrás y tan sólo son sueños incumplidos. Y también pienso que sin la figura de este joven, los Byrds, Los Flying Burrito Brothers, los Ángeles Caídos y algún grupo más no hubieran llegado a donde llegaron sin su colaboración vocal. Sirva este pequeño texto como homenaje a una de las grandes figuras del country - rock de mi juventud y de mi madurez. Y es que cuando uno lo lleva en la sangre siempre acaba por salir a la superficie.....Forma parte de mi propia esencia....

sábado, 30 de mayo de 2020

Se acerca el verano

A 24 horas de entrar en el mes de junio, mes de cumpleaños para algunas y otrora, de vacaciones para otras, seguimos en estado de alarma o alarmismo. Una situación que más allá del control de una pandemia sirve para mucho más y más. La libertad de movimientos se va otorgando por territorios, amigos o enemigos, a discreción del conjunto de sabios invisibles que aconsejan pasar o no pasar de fase. Ya desearía yo estar en la de Steven Spielberg que es la que más me gusta y disfruto. Con seres de otro mundo, distintos a nosotros pero con mejores intenciones.

De esta situación que estamos pasando ya se ha escrito y hablado demasiado. Y también ha llegado demasiado lejos para lo que imaginábamos cualquiera de nosotros. 
Por eso ahora solo pretendo ver el final, ese final prometido que no será como antes. Ya han abierto parte de los comercios, pero con fuertes restricciones de acceso. Es curioso como esta misma mañana, para entrar en una gran ferretería había que hacer cola en la calle esperando detrás de más de diez mascarillas pegadas otras tantas cabezas. Y es que todo esto nos está cambiando más de lo que suponíamos. Hasta lo más sencillo y cotidiano se verá afectado en mayor o menor grado. 

El discurrir libremente por la calle, el entrar a la barra de un bar con un amigo y hablarnos a distancia, ir a un evento deportivo, entrar en una tienda, etc.. todo será distinto. Porque incluso cuando el bicho ya no esté entre nosotros, o al menos a primera vista lo parezca, el miedo al contagio ya ha hecho mella en cada uno de nosotros. Y la obsesión desmesurada también. Hay que ver qué poquito se necesita para tener a la población controlada y qué fácil lo hacemos.

Sin embargo, esta explosión virulenta nos ha enseñado varias cosas a todos. Que no hemos sido diligentes en la adopción de medidas tendentes a atajar el problema que se nos advertía meses antes. Que cuando se ven venir las cosas hay que ponerse manos a la obra para minimizar el impacto de la tragedia y olvidarse de otro tipo de actuaciones que lo único que han conseguido es complicar más las cosas.
Y es que en este país somos muy quijotes y pensamos que con discursos y palabrería se soluciona todo. Pero luego la realidad es tozuda como ella sola. Esa realidad que hace que más de treinta mil seres mal contados ya no estén entre nosotros. Bien es cierto que a lo mejor todo obedece a una ley natural que desconocemos y que los que han ido se tenían que ir de cualquier forma y que el virus solo ha adelantado en cierta forma su partida. 
Ya se nos va advirtiendo que después del otoño probablemente haya un repunte y volvamos a las andadas. Será entonces cuando podremos comprobar si hemos aprendido la lección. Mucho me temo que este país no escarmienta ni en cabeza propia. 

Parce como si todo hubiera sido diseñado por alguna inteligencia extraña empeñada en hundir nuestra economía y por tanto a todos nosotros convirtiéndonos en un territorio de subsidiados con el mínimo poder adquisitivo. Y así no puede funcionar nada, ¡válgame Dios! En vez de cerrar empresas y poner trabas a las existentes para que desarrollen con prosperidad su actividad deberíamos invertir en generar empleo para todos. Que del turismo y el folclore sólo no se mantiene un país. Que deberíamos construir un futuro sostenible sin tanta dependencia exterior.

Detrás de nosotros vienen generaciones muy preparadas en términos generales y con una perspectiva laboral más negra que un crespón y no se lo estamos poniendo fácil para que se abran camino. El supuesto estado de bienestar que tanto ha costado alcanzar está peligrando a pasos agigantados.

Por ello y como siempre digo, pongamos la inteligencia a trabajar y aprovechemos la oportunidad que se nos da y dejemos de mirar nuestros intereses personales en aras del bien común. 

Ah, y  un repaso a las matemáticas más básicas tampoco nos vendría mal: uno y uno igual a dos, y así sucesivamente... Con lo fácil que es, santo cielo....


viernes, 10 de abril de 2020

Lentitud

Muy despacio, como si no quisieran moverse, las agujas de nuestros relojes avanzan con una lentitud extrema. Y es que nuestra percepción del tiempo ha cambiado desde que nuestros hogares se convirtieron en nuestras propias cárceles. A esas a las que por negligencia de unos y protagonismo de otros nos han condenado sin fecha de absolución. Semana tras semana se nos va agrandando la condena y prolongando la liberación. Una puesta en libertad que nos devuelva al mundo real, al que para bien o para mal pertenecemos. Un mundo que con todos sus defectos nos hace ser sentir que estamos vivos y que somos parte de algo más. Este tiempo, que ya va durando más de lo imaginado en un principio está comenzando a hacer mella en nuestro cerebro y quizá también en otros órganos. Y es que estar aislados del mundo exterior, del aire y la naturaleza, de poder sentir la libertad de caminar nos está minando por dentro. Empiezan a aparecer síntomas de letargos que en los casos más graves se pueden convertir en una larga hibernación. 

Y para esta lenta travesía no estábamos preparados. Al menos yo. Todo parecía quedarse en unos días tranquilos en tu refugio y ya está. En un abrir y cerrar de ojos, de vuelta a la normalidad.
Pero las cosas no pintaban bien con el discurrir de los días, y pronto nos fuimos despertando a la realidad que se nos venía encima. Nuestra pequeña ilusión se quebró a la primera semana y así vamos avanzando de sábado en sábado.

Está claro que esta situación nos va a pasar factura a todos, a unos para bien y a otros no tanto. Los días que llevamos recluidos y los que por desgracia se avecinan en el horizonte más cercano nos van a dejar en un estado medio catatónico. No me imagino cómo será el primer día en que nos abran la jaula. No sé si la gente saldrá a la calle como si no hubiera pasado nada, como si nos despertáramos de un sueño del que no recordamos nada, o si por el contrario reviviremos todo lo pasado y nos pondremos a gritar y dar saltos de alegría porque nos han conmutado la pena a la que fuimos condenados. Y en estas circunstancias hay que saber gestionar el tiempo. Ese que no para pero que a veces parece que no pasa. Las manecillas del reloj parecen orugas en su lento caminar. Como si se hubieran quedado sin energía de repente. Al igual que podemos quedarnos nosotros si esto se alarga. Y es que aunque las cifras de fallecidos que nos cuentan los que saben de esto y los que viven de ello vayan reduciéndose, no parece que la situación mejore de forma tan sustancial como para ver un final próximo al cautiverio. Uno ya está harto de programas en los que la única información gira siempre entorno al número de muertos, afectados, curados. Harto de ver cómo este país se mofa de la situación aplaudiendo a una determinada que hora que alguien ha establecido. Y como buenos borreguitos que somos, a los que adoctrinan sin explicación, nos sumamos a estas parafernalias sin acordarnos de los que se han ido en la más completa soledad de los suyos. Y me pregunto si eso es motivo de aplauso y bocinas. 

Más bien creo que es momento de pararnos a pensar un poco en lo que toda esta época nos va a dejar en todos los ámbitos. La economía va sufrir de forma drástica y muchos de los que ahora aplauden van a pasar a engordar la lista de parados sin futuro. Pero aplaudimos a rabiar, eso sí. No se trata de ser un aguafiestas, como alguien pudiera pensar. Se trata de ser más inteligente y vislumbrar lo que se nos vendrá encima cuando la mal llamada cuarentena acabe. Las empresas sin producir, la hostelería cerrada, el país a medio gas y ya veremos lo que tardamos en recuperar el ritmo habitual. Veremos si cuando todo cambie y vuelva paulatinamente a una cierta normalidad seguimos con tantas ganas de reír y aplaudir. O a lo mejor nos entra un rayo de consciencia, quién sabe...

domingo, 5 de abril de 2020

Domingo de Ramos

Este país de tradición mayoritariamente católica, aunque no tanto a la hora de practicar, se va a ver aún más alterado de lo que ya está de por sí. Para muchos la semana próxima será toda ella una Semana de Dolores. Y es que no podrán salir a las calles detrás de sus Pasos e Imágenes. No harán Vía Crucis salvo el que recorran por el pasillo de sus casas, si lo tienen. No habrá procesiones, ni entradas ni salidas de los templos, ni madrugadas con recogimiento, ya que el único será el que tengamos los condenados entre nuestras paredes. El fervor de los costaleros se quedará en una ilusión para el próximo año. No sufrirán en sus carnes el peso de llevar a hombro su talla favorita, no tendrán doloridos los hombros ni los pies con ampollas. Y las saetas improvisadas desde algún balcón no irán dirigidas a nadie. Porque donde debería haber una multitud de fervorosos creyentes no habrá más que el silencioso vacío de unas calles muertas. Como si hubiera pasado un tornado arrasando todo vestigio de vida humana. La próxima semana no será Semana Santa al menos como la conocíamos hasta ahora.


jueves, 2 de abril de 2020

La Última Partida

Tenía yo 18 jóvenes añitos en aquella época, cuando ya empezaba a inclinarme por determinados estilos musicales que luego han marcado el resto de mi vida. Era la época del bachiller nocturno, en el que estudiaba francés como idioma primero y que complementaba con los estudios de inglés en una academia privada regentada por una amiga de mi madre y con quien aún hoy sigo manteniendo el contacto, pues es poco mayor que yo. Fue entonces cuando me introduje poco a poco en la música country, hoy definida genéricamente como "Americana Music". Y en estas que descubrí a un señor con barba blanca y mofletes que le hacían parecer un principiante de Santa Claus, amable y serio a la vez.

El hombre de la voz seca y profunda no era otro que un tal Kenny Rogers, que en esos momentos saltó a la fama con una canción que a lo largo de su vida le identificó. La canción The Gambler (El jugador) se convirtió en una de la favoritas de mi amigo Fernando y mía. Enseguida que la escuchamos nos apresuramos a comprar el LP en alguna de las extintas tiendas de discos del centro de Madrid.

Y a base de escucharlo a todas horas, la voz del "abuelo" nos caló y se quedó con nosotros para el resto. Pero no sólo descubrimos la canción que dio título al álbum, sino que a base de desgastar el vinilo, comprendimos que detrás del "jugador" se escondían muchos más tesoros, como esa joya titulada "The King of Oak Street" que a mí me emocionaba profundamente. Era el primer gran álbum, pero no el primero, pues anteriormente ya tenía un pasado musical con un grupo llamado The First Edition del cual era la voz principal y con el cual grabó su tardío éxito " Rubi, don't take your love to town ".

Debió ser una etapa inspiradora para Kenny ya que no había pasado el eco de The Gambler cuando ya había publicado otra muestra de su talento titulada "The Coward of the County" insertada en el álbum Kenny. Ambos títulos, junto con otros incluidos más le supusieron ser reconocido como unos de los mejores artistas country hasta hoy mismo.

Y después vino una auténtica maravilla para mí y que en mi escala personal rivaliza con The Gambler. El álbum "Gideon" se convirtió en uno de mis favoritos de entonces y para siempre. Cuando lo escucho entero hay momentos en los que la piel se eriza al oír la voz desgarrada de Kim Carnes a dúo con Kenny en la pieza "Don't Fall in Love with a Dreamer". La canción "Gideon Tanner" precedida de una intro que al final del disco se convierte en cierre "He's Going Home to the Rock" aventura que el resto del trabajo es una completa historia vaquera de alta factura.

Posteriormente, cuando Kenny ya tenía una fama sobradamente ganada llegó uno de los éxitos más conocidos, también a dúo con otra de mis ídolos, Dolly Parton. La canción "Islands in the Stream" fue de las más pinchadas y bailadas en las discotecas de los 80 y aún perdura.

Desde entonces y hasta el final Kenny ha grabado multitud de discos que revelan su prolífica carrera musical, tanto como compositor como intérprete. Sería muy difícil describir en este espacio la multitud de discos que publicó, con incursiones en otros estilos y con otras voces de reconocido talento. Canciones de Navidad e himnos religiosos entre otros. 

Cuando en 2019 publicó "The Love of God " me dí cuenta que uno de mis mejores ídolos se estaba haciendo mayor y que su trayectoria lentamente se apagaba. Todos los grandes, a cierta edad han grabado un disco con canciones religiosas como queriendo poner su destino vital en manos de Dios.

Kenny nos ha dejado a finales de marzo de 2020 y estoy completamente convencido que todos sus admiradores le echaremos de menos. Pero nos queda para siempre lo mejor de él mismo, su entrañable música. Feliz viaje, amigo.






jueves, 26 de marzo de 2020

El bien más preciado

Siempre se ha dicho, y probablemente con el mayor acierto, que para el Ser Humano el bien más preciado es la propia Vida. Estar vivo, es sentirse parte integrante de un conjunto seres que transitan temporalmente por este mundo.
Como amante del misterio, que ya he dejado palpable en otros momentos, también siempre he estado intrigado por saber si somos los únicos en este universo inmenso o hay otros seres que también habitan planetas como el nuestro.
Pues bien, desde hace dos semanas, todas mis inquietudes han cambiado por completo. Ahora todo es distinto y reconozco que estaba equivocado de cabo a rabo. Nada es lo que yo suponía. Han bastado quince  vueltas al astro rey para que yo me diera cuenta de mi error fatal. Visto desde el momento actual, todo cobra un sentido completamente distinto. Y me explico.

Desde el decreto de reclusión en nuestros respectivos conventos, todos nos hemos convertido en monjes y monjas de clausura. De los que no pueden en toda su vida salir a la calle. Y aquí estamos, todos obedientes como si hubiera sido decisión nuestra y nos enorgulleciéramos de cumplir nuestra promesa.
Pero la realidad es bien distinta. No estamos así por gusto propio, sino por imposición. Eso sí, en beneficio de nuestra salud... Menos mal que siempre hay alguien que se preocupa día y noche de velar por nosotros, y que no duerme para que nosotros nos mantengamos con salud y de paso sigamos pagando impuestos. Ningún padre hace eso por sus vástagos.

Y yo, como disciplinado y obediente que soy estoy cumpliendo a rajatabla con lo mandado, y no me salgo del límite de la puerta de mi convento para nada.

Esto es lo que más me ha hecho cambiar mis prioridades en la vida. Ahora he resuelto dos grandes cuestiones que me tenían intrigado.
Y es que desde que estamos recluidos, he descubierto que el bien más preciado, además de la propia vida es una VENTANA. Un marco con transparencia que me deje ver qué hay  fuera de mi habitáculo.

Ya me intriga menos saber si hay vida más allá en el espacio. Me conformo con saber si existe alguien de mi misma especie al otro lado de los cristales. Y realmente empiezo a dudarlo.. No hago más que mirar y mirar, a diferentes horas del día y como si nada. No veo a nadie. Y es una pena porque hasta hace bien poco era todo lo contrario. Había gente, como yo o parecidos que andaban por las calles a todas horas. Que llenaban las terrazas de los bares y armaban el consabido jaleo. Había voces, gritos de niños, ancianos paseando al sol de una primavera recién llegada.

Ahora el bullicio que a veces nos molestaba se ha tornado en silencio. Silencio total apenas roto por el ruido de algún vehículo. Es lo que hay y no sabemos cuánto durará. Esperemos que por nuestro bienestar sea el menor tiempo posible.
Porque el ser humano necesita sentirse vivo, y eso se percibe cuando estás rodeado otros como tú, con los que hablar, discutir, saludarse, reírse y tantas y tantas cosas. Que pase pronto este cautiverio y volvamos a sentirnos como antes.. Que nos lo merecemos...

martes, 17 de marzo de 2020

Confinados


Los que hemos tenido la inmensa suerte de no vivir la época de guerra y posterior, no acertamos a saber lo que está pasando en estos momentos. Lo único de lo que somos conscientes es que sucede algo raro a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. De repente nuestra aburrida rutina se ha desvanecido y se ha convertido en una clausura domiciliaria nunca antes vista y vivida. Y de repente, esa aburrida vida que llevábamos se convierte en un bien preciado deseado con toda nuestra ilusión. 
Y es que la situación de alarma, esa que no acabábamos de cuantificar en su correcta medida se ha adueñado de nuestra pequeña pero imprescindible libertad. La de salir a la calle y hacer una vida "normal" dentro de la anormalidad de esta vida moderna.
Parece que la cuarentena va para más de lo anunciado en un principio, por lo que deberemos armarnos de toda la paciencia que encontremos dentro de nosotros porque nos va a hacer mucha falta. Todo a nuestro alrededor ha cambiado de golpe de forma sustancial, y lo que está ahí fuera de nuestras ventanas, es como si no estuviera. Se ve pero no se disfruta. Las calles han perdido el latido de su vida y nosotros encerrados viendo como lentamente transcurren las horas interminables que quedan para un final no atisbado.
Eso sí, por buscarle algo bueno a la situación impuesta, pensemos la de cosas que se pueden hacer en unos metros cuadrados. Desde tele trabajar hasta fijarse en todo aquello que a diario no reparas por falta de tiempo.
Así que desde este humilde refugio, aprovisionado de todo lo necesario, fundamentalmente comida, invito a que aprovechemos el tiempo todo lo que podamos, nos relajemos y no perdamos los nervios con las personas que nos acompañan en esta situación. Que las noticias y demás información ya se encargan de ponernos histéricos. Ahora es cuando debemos demostrar que tenemos consciencia de la situación como seres responsables. Lo importante es estar bien y no dejarse contaminar por nada. Por nada. Lectura, música, cocina, televisión, etc... Y si hay que salir a algo imprescindible se sale y punto. Quedan muchos días para escribir. 







domingo, 15 de marzo de 2020

La Ciudad sin Vida


Hoy es domingo. Un domingo a las puertas de la primavera que podría ser normal, como cualquier otro en nuestras vidas, pero que se ha visto alterado por culpa de una palabra. Una sola palabra ha hecho que la gente tenga miedo a salir a la calle, a pasear, a realizar sus habituales tareas. Una palabra que ha dejado a las ciudades como si hubiera llegado un falso fin del mundo. Todos estamos recogidos en nuestras casas, sin poder ir a ningún lado porque todo está cerrado, excepto las tiendas de alimentación y servicios básicos. Ir a comprar el pan hoy se convierte en un acto de heroicidad y atrevimiento digno de los más osados y temerarios. Y es que esa palabrita mágica ha conseguido que la vida en pierda su ritmo normal, y por ende las ciudades parezcan carentes de vida. A las 12 de una soleada mañana festiva, todo parece inerte. No se mueven los coches de los aparcamientos salvo en casos muy contados. Y no será por falta de ganas de sus propietarios, deseosos de disfrutar de un día al aire libre. Pero no, eso no puede ser hasta dentro de al menos 15 insufribles días. Y es que el dichoso virus ese que campa a lo ancho del planeta a su libre albedrío ha hecho que todo el mundo sienta pánico.... O a lo mejor no es para tanto y resulta que todo obedece a otros motivos que desconocemos como perfectos borreguitos ignorantes de lo que pasa en nuestro entorno. Ese bichito que no se ve salvo con aparatos no aptos para el bolsillo de casi ninguno, es el culpable de que todos estemos confinados en nuestros aposentos. Salvo en determinados casos, claro. Como casi siempre ocurre,  las excepciones son tantas que al final la norma general no surte el efecto previsto. Como todos sabemos a estas alturas, ya no hay ninguna otra enfermedad que ataque a la población y produzca efectos mortales. Ni tampoco accidentes de tráfico. Desde hace más de una semana la gente solo padece la enfermedad del Covid19. Se han acabado los demás males que hacen que la población humana fallezca. Ya sólo se producen hechos luctuosos por ese único motivo. No hay más que escuchar un noticiario para darse cuenta de esto. Da lo mismo la edad del individuo y si padece otras antiguas enfermedades. Ahora sólo mata el bicharraco ese. Eso me llena de una alegría inmensa ya que en el momento en que la situación esté controlada y consigamos deshacernos de dicha bacteria habremos alcanzado la longevidad más absoluta que tanto loco científico anda buscando jugando a ser Dios. Si algo era imprescindible en estos momentos era tranquilizar a la población. Pero claro, si para ello se utiliza los términos "ESTADO DE ALARMA, lo que se consigue es el efecto contrario. Y es que hace falta muy poquito para que el miedo se adueñe de nosotros. Y está demostrado que el miedo es una de las más eficientes armas de control. Así ha sido siempre a lo largo de la "histeria" de la humanidad. El miedo a todo. A lo bueno y a lo malo. Y así nos pasamos nuestra breve existencia. Teniendo miedo a vivir. A lo mejor con habernos advertido de tener ciertas precauciones higiénicas era suficiente.....