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No por ello, como en tantos otros aspectos del desarrollo humano, todo lo más nuevo, lo más moderno y lo recién inventado es mejor que lo anterior. Y me refiero en concreto al tema de la comunicación.
Cuando se inventó el teléfono, aparatito que servía para establecer contacto hablado entre personas a larga distancia, fue un significativo avance. Debió ser increíble oír a través de una bocina la voz de un paisano que emitía desde el otro lado del mapa a cientos o a miles de kilómetros de distancia del que atentamente escuchaba y que al mismo tiempo, en respuesta a aquél, contestaba sus preguntas....
Desde luego que me hubiera gustado estar en aquel momento y vivirlo y disfrutarlo con la admiración que merecía. Pero el hecho de nacer más adelante en la historia hace que nos hayamos perdido momentos inigualables.
Como decía, la invención del teléfono ha supuesto avances inconmensurables para nuestra sociedad, y lo que pareció un gran invento hace apenas una centena de años se ha quedado obsoleto en cuatro días mal contados.
Aquellas cajas de madera colgadas en la pared del salón pronto pasaron a ser un bien existencial sin el que ya no se podía vivir. Y es que a través de los cablecitos y un poquito de magia, nuestros seres más queridos podían aparecer ante nosotros, aunque sólo fuera a nivel sonoro. Y así, podíamos saber los unos de los otros sin tener que esperar a vernos en persona o mediante las cartas que tanto tardaban en llegar.
Y al igual que el correo, el teléfono, la luz y el agua entre otros son servicios declarados de ámbito universal que cualquier estado ha de garantizar a todos sus habitantes. De ahí que en las mismas calles se instalaran unas cabinas dotadas de una mínima privacidad y un aparato telefónico para que todo aquel que no pudiera permitirse el lujo de tener uno en su propia casa no quedara sin la posibilidad de utilizar el servicio cuando fuera necesario.
Pero como nada se detiene, el teléfono también ha evolucionado a pasos de gigante y ya casi nadie se acuerda de los primeros artilugios. Ahora todo es digital, de dedo y de ceros y unos. La industria de la telefonía móvil ha terminado casi con la de sobremesa. Y también, por qué no reconocerlo, con parte de la comunicación entre nosotros. Antes si necesitabas saber de alguien tenías que hacer el ejercicio de marcar unos números en una rosca agujereada y al poco tiempo oías la voz anhelada al otro lado del tubo, llamado también auricular.
Ahora todo es más fácil.... Desde que la tecnología entró en nuestra vida sin llamar ni pedir permiso, o sea, desde que nos la impusieron disfrazada de no se sabe cuántas ventajas, ya casi no es necesario darle a ningún botón para establecer comunicación con el más acá y el más allá. Basta con pronunciar el nombre de la persona con la queremos hablar y !voilá...!, ahí está de inmediato. Y si queremos verla en tiempo real, pues también. La tecnología no tiene límites, para bien o para mal. Y es cuestión de ver cómo los aparatos modernos van cambiando de forma, utilidad y funcionalidades. Lo que empezó llamándose un teléfono portátil, después fue un móvil y ahora es un smartphone que hace por ti lo que no haría el mejor y más fiel de los mayordomos. Tanto es así que hacen de todo, incluso los hay que sirven incluso para llamar por teléfono. Y es que poco a poco nos han ido introduciendo en un nuevo modelo de comunicación en el que el hecho de comunicarnos es casi lo menos importante. Cualquiera que se precie, niños incluidos, disponen de un terminal "inteligente" que les controla permanentemente y sin el que no pueden pasar ni un minuto al día. Las redes sociales, las aplicaciones de mensajería instantánea y demás inventos han conseguido trasladarnos a un mundo virtual, no físico, en el que el preciado don de la palabra casi no tiene cabida. Con tanto avance hemos dejado realmente de comunicarnos tal y como se entiende dicho término: un emisor lanza un mensaje y un receptor confirma que lo ha recibido y entendido y así poco a poco se establece un diálogo. En todos los ámbitos de la sociedad moderna, el tema de la comunicación ha ido solapándose de tal manera que con enviar un mensaje o correo electrónico damos por supuesto que nos hemos comunicado con alguien. Y en muchos casos nada más lejos de la realidad. Simplemente hemos mandado un mensaje, en la forma que sea, y un programa nos confirma que el destinatario lo ha abierto o no. Eso no significa para nada que lo haya leído, y mucho menos entendido. Eso ya es otra cosa a la que por imposición nos vamos acostumbrando muy a nuestro pesar. Soy de los que piensan que demasiado avance en una sociedad tan vulnerable puede ser contraproducente. Y la realidad demuestra día a día que en la era de la comunicación cada vez nos comunicamos menos. Y desde luego no cara a cara, como quizá debería ser. Toda evolución tiene su contrapartida, y es que a veces parece que avanzamos en las apariencias y retrocedemos en el fondo. Es para darle un par de vueltas y ver lo que hacemos a diario en nuestra vida....O no???
Y para otro momento dejo el tema de la fotografía, que desde que ha sufrido la transformación digital no hay quien no sea el mejor profesional del mundo.